sábado, 20 de abril de 2019

El Cristo de Hispanoamérica III

Parte III


Si el Cristo católico llegó a nosotros vía España, el Cristo del protestantismo ha venido de otros países europeos -como Inglaterra, Alemania, Francia y Holanda- y de los Estados Unidos de Norteamérica. De ahí que muchos le hayan identificado con sistemas imperialistas o capitalistas del mundo occidental. Las implicaciones de esta idea son dignas de un estudio aparte. Por ahora, basta decir que, en general, el Cristo protestante representa la herencia de los reformadores religiosos del siglo XVI, aunque El no se originó con ellos, ni por medio de ellos.  Los reformadores hallaron su fuente de autoridad en las Sagradas Escrituras y a ellas apelaron con finalidad para todo asunto de fe. A la autoridad de la Iglesia antepusieron y sobrepusieron la autoridad de la Biblia. Sus gritos de batalla fueron: " La Escritura sola, Cristo solo, la gracia sola y la fe sola como el medio de justificación delante de Dios”.        

Su Cristo lo buscaron principalmente no en la penumbra de los altares, ni en los pergaminos vetustos de la tradición eclesiástica, ni en los tratados filosófico-teológicos de los escolásticos, sino en las páginas del Sagrado Texto. La Reforma fue un retorno a la Biblia, un empeño por re-descubrir al Cristo del Nuevo Testamento.

Esto nos sugiere la segunda gran característica del movimiento reformador: su mensaje salvífico que tiene como centro y circunferencia a la persona y obra de Jesucristo.  El es exaltado al lugar de preeminencia en la teología, la vida y el culto de la Iglesia. El es el Cristo que se introduce en la historia y experiencia del hombre por medio de la encarnación. Participa de carne y sangre humanas, vive entre los hombres, identificándose plenamente con ellos, sufriendo con ellos y por ellos, y muriendo finalmente a favor de ellos. Pero El es también el Cristo de la resurrección. Por consiguiente, el énfasis cae ahora en el Cristo que vive para siempre y trasciende el ámbito de lo material y temporal, al mismo tiempo que se hace presente en actividad redentora en el mundo de hoy. 

Una tercera característica de la reforma religiosa del siglo XVI es su tendencia individualista. Se luchó con denuedo por la libertad de conciencia y se proclama que el hombre tiene derecho pleno al libre examen de toda materia de fe. El concepto del sacerdocio universal de los creyentes subrayó que el individuo es libre para acercarse a Dios y a su Palabra sin la intervención de autoridad humana. La Reforma dejó al individuo a solas con Dios en el santuario de la conciencia, bajo la luz de la revelación divina.

Este individualismo protestante habría de manifestarse además en la experiencia secular del cristiano. El individuo llega a ser consciente de su propia dignidad en la presencia de Dios, de la Iglesia y del Estado. Toda vocación es sagrada. Por lo tanto, el individuo puede y debe glorificar a Dios en cualquier profesión u oficio honorable, no sólo en el aislamiento de una celda conventual. El sacerdocio no tiene tampoco el monopolio de lo sagrado en su carácter vocacional. Toda vocación es sacra ante los ojos del Creador. Que este individualismo resultaría también en una variedad de grupos protestantes, era de esperarse. Debe asimismo tenerse en cuenta que habiéndose resquebrajado la unidad monolítica de la iglesia medieval, no es de extrañar que los que por vez primera respiraban un ambiente de libertad religiosa no deseasen edificar otra gran estructura jerárquica para someterse a ella. Tal estructura iría contra el espíritu de la Reforma misma. Cuando algunos líderes protestantes, como Juan Calvino, intentaron volver al autoritarismo del pasado, encontraron seria resistencia entre los que ya habían sido iluminados por el nuevo

En cuarto lugar puede mencionarse que la Reforma tuvo también consecuencias político-sociales. Era inevitable el conflicto entre el movimiento reformador y el poder civil, debido a que la Iglesia y el Estado se hallaban estrechamente unidos en la Europa de aquellos tiempos. Luchar contra la iglesia equivalía a oponerse al poder secular. De consiguiente hubo ciertas transformaciones inmediatas en lo político y social en aquellos países donde prosperó la Reforma. Esta llevaba, además, simientes de libertad que algún día habrían de germinar para el bien de nuestra civilización.

Sin lugar a dudas el Cristo de la mayoría de protestantes latinoamericanos es bíblico, en cuanto a que han llegado a conocerle a través de las Sagradas Escrituras. El pueblo evangélico es el pueblo de un libro - la Biblia-, y su doctrina es profundamente cristológica. Cristo es supremo en la teología, la liturgia y el servicio del protestantismo hispanoamericano. En el culto que se le rinde, la cruz y la tumba están vacías. El es el Señor de la vida y el conquistador de la muerte, el Señor que vive hoy y para siempre, el único,  "Sólo Cristo salva", 'Cristo es la Respuesta 7', "Cristo es la Única Esperanza", han sido lemas favoritos de los evangélicos en su tarea evangelizadora por todo el continente.

El individualismo protestante se ha reflejado también en la experiencia del evangélico latinoamericano. A la luz de su conciencia y bajo el resplandor de la Palabra divina, el cristiano evangélico se siente libre de toda atadura eclesiástica y jerárquica para disfrutar la comunión con su Dios. No depende de autoridad humana para mantener  fe. Su relación con Cristo es profunda e intensamente personal. Su conciencia es un santuario inviolable. De donde resulta que en Íbero América proliferan los grupos protestantes. Levantar una gran estructura jerárquica con el fin de agrupar y gobernar por medio de una autoridad centralizada a todas las comunidades protestantes, sería una contradicción del espíritu evangélico latinoamericano. Ellos creen que las desventajas de sus divisiones son menores que las de una centralización del poder eclesial.

El evangélico latinoamericano ha sido, generalmente, un individualista en cuanto a su responsabilidad social. Que hay factores históricos y sociales que han contribuido a acentuar este individualismo no puede negarse. Aquí hay otro tema apasionante para un estudio ulterior. La verdad es que especialmente entre los elementos más conservadores del protestantismo en Hispanoamérica ha habido cierta indiferencia frente a los graves problemas que convulsionan a estos países que según el lenguaje de los internacionalistas se hallan en proceso de desarrollo.

Hasta aquí el Cristo de muchos protestantes iberoamericanos ha sido solamente escatológico -en el sentido más estricto de este término cuando se trata de la problemática social. Con su aparente actitud de indiferencia hacia los muchos conflictos que afligen a nuestra sociedad, estos cristianos pueden haber dado la impresión de que para ellos toda dificultad económico-social debe dejarse para que Cristo la resuelva en el más allá y que poco o nada deben hacer ellos en favor del mundo en que ahora viven.

Afortunadamente han comenzado a soplar nuevos vientos que prometen un cambio en esta posición de negligencia social. Aun el Cristo del protestantismo conservador ha empezado a abrir sus labios para decir el mensaje que ha callado sobre los problemas sociales del hombre latinoamericano. Tiempo era ya que se le dejase hablar.

EL CRISTO DE LA NUEVA TEOLOGÍA

Una de las reacciones más grandes al silencio del Cristo tradicional es la que ahora comienza a manifestarse en círculos teológicos de izquierda, dentro del catolicismo y protestantismo latinoamericanos. Con gesto impaciente y rebelde, y con una mística capaz de subyugar a muchos espíritus selectos, los nuevos teólogos lanzan en nombre de Cristo su protesta de justicia social. El Cristo que ellos proclaman es antropólogo y sociólogo, maestro de ciencias económicas, perito en estadísticas, psicólogo de masas, experto en política nacional y extranjera, teórico de la revolución, reformador social. Es el Cristo inconforme, activista, rebelde -y aun violento- que se viste a lo proletario y habla el lenguaje complicado de los técnicos de nuestro tiempo. La teología de este Cristo -si teología puede llamársele- es definitivamente antropocéntrica. 

Viene del hombre para el hombre, y no va más allá del hombre. Establece prioridades de orden material. Su reino es de este mundo y consiste en comida y bebida aparte del espíritu. Transformar las estructuras sociales es su objetivo supremo, aun cuando el individuo no cambie. En contraste con el Cristo individualista del protestantismo tradicional iberoamericano, este Cristo de los teólogos de izquierda es un furioso colectivista. Tiene obsesión de masas y está en peligro de perder de vista al individuo. En cierto modo este Cristo es un producto de nuestra ultra moderna civilización que despersonaliza al individuo y lo aplasta bajo la enorme maquinaria económico-social. La presencia del Cristo de izquierda en nuestra América no debiera causamos sorpresa. Tarde o temprano el Cristo socialmente inactivo vería interrumpido su sueño de siglos por el advenimiento de otro Cristo ansioso de hablar y actuar. Si el recién llegado es el genuino, el auténtico, queda por dilucidarse a la luz del Nuevo Testamento. ¿Por qué a la luz del Nuevo Testamento? Sencillamente porque no hay documentos más autorizados para hablamos del Cristo verdadero que los escritos novotestarnentarios. Es ahí donde por vez primera en la historia humana se describe la persona y obra de Jesús de Nazareth. En esas páginas antiguas se encuentra el testimonio de hombres que le conocieron de cerca y anduvieron con El. Ahí está la fuente del cristianismo, el manantial de donde recibimos la enseñanza de su fundador y maestro. Es por lo tanto el Nuevo Testamento la norma que determina la autenticidad o falsedad de nuestros cristos, la luz que pone al descubierto la verdad o el error de nuestro cristianismo, la espada flamígera que divide entre los que son y los que no son del Cristo, vale decir, del legítimo Cristo.

Un nuevo signo de esperanza se perfila en el horizonte de nuestra América hispana. Hay un retorno a la lectura de la Biblia en las diferentes comunidades eclesiales. El Libro de ayer, de hoy y de siempre está en muchas manos, delante de muchos ojos ávidos de conocimiento espiritual. De las páginas sagradas habrá de erguirse la presencia majestuosa del Cristo histórico, viviente y verdadero, en respuesta a la búsqueda de fe.

Emilio Antonio Núñez
Teólogo Latinoamericano

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