La visión evolucionista de que la vida puede evolucionar
hacia niveles más «altos», alimenta las actitudes racistas.
Lamentablemente, las personas raramente reconocen que los prejuicios que lentamente se han enraizado en sus mentes, a menudo han sido el resultado – directa o indirectamente – del pensamiento evolucionista.
Una de las evidencias más frecuentes de la falta de humanidad del hombre hacia el hombre es el racismo. Expresado simplemente, el racismo es el prejuicio contra personas de otras «razas»1, solamente por ese motivo. Reglas estereotipadas son aplicadas para rebajar individuos, fundamentadas en su trasfondo cultural, piel, color, apariencia o acento.
La mayoría de las veces, estas reglas permiten una infundada presunción de superioridad sobre tal individuo, que a la vez justifican cualquier sentimiento de desdén o indiferencia hacia ellos. En realidad, esta actitud está basada en miedo, ignorancia e incomprensión. Las manifestaciones del racismo pueden ser flagrantes, tales como las perpetradas por el Ku Klux Klan o la opresión del «apartheid» o también pueden ser tan simples como relatar anécdotas degradantes o teniendo una actitud fría de indiferencia.
Como resultado del pensamiento evolucionista, muchos en la sociedad occidental son incapaces de experimentar alguna simpatía por los niños hambrientos de las naciones pobres del Tercer Mundo. Por razones que nunca podrán justificar, ellos creen que la «vida», de algún modo, tiene menos significado para estos extranjeros con color de piel y facciones diferentes. ¡Aunque parezca increíble he oído este tipo de comentarios de personas «cultas»!
Esta actitud desconsiderada es comprensible si las personas aceptan la idea de la «supervivencia del más apto», de que las reglas del mundo animal se deben aplicar a los humanos «porque todos hemos evolucionado de los animales».
Ni el racismo – ni la idea de la evolución – comenzaron con Darwin. Ambas son manifestaciones de un pensamiento fundado en una base no bíblica. No obstante, los escritos de Darwin alimentaron la idea del racismo, proveyéndole una justificación «científica».
Si creemos
Hechos 17:26 dice: «Y (Dios) de una sangre [p.ej. de un ancestro original, Adán y su mujer Eva] ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra...». ¡Esto significa que todos somos parientes!
El origen de las distintas «razas» de la tierra (
Hoy, la mayoría de los evolucionistas no discutirían el concepto bíblico creacionista de que todas las «razas» provienen de la misma población original (no estarían de acuerdo en que eran sólo dos individuos), aunque ese no es siempre el caso. Los evolucionistas enseñan que estos grupos «evolucionaron» independientemente unos de otros, separados por muchos miles de años. Los evolucionistas sostienen que este lapso de tiempo es el necesario para explicar el desarrollo de las diferencias físicas entre las «razas».
Este concepto engañoso da nacimiento a la idea de que algunas «razas» se han desarrollado mejor y han llegado a ser más «sofisticadas» más rápido que otras, llegando a la conclusión final (a menudo subconscientemente) de que determinadas «razas» son superiores a otras.
El «Libro de las Respuestas», de Ken Ham, Andrew Suelling y Carl Wieland, ofrece una explicación clara y concisa de cómo las diferentes «razas» se han desarrollado después de la confusión de las lenguas y la dispersión de la población en Babel (registrada en Génesis 11:1-9). El libro brinda evidencia científica lógica de que la humanidad desciende de Noé y su familia (y antes de esto, de Adán y Eva).
Este libro explica cómo la dispersión, implicando la división del grupo grande en muchos grupos pequeños (uniendo a los miembros que hablaban el mismo idioma), donde los individuos sólo se reproducían dentro del mismo grupo, aseguraba que la población resultante tuviera diferentes mezclas de genes, creando características físicas distintivas.
Adán y Eva, creados perfectos, hubieran tenido la información genética que le permitiera a sus vástagos, a su descendencia, tener las diferentes combinaciones de piel, cabellos y color de ojos existentes hoy en el mundo.2
La población actual desciende de Noé y su familia,
después del diluvio, por lo que la cantidad de genes disponibles probablemente
fuera levemente menor que aquellas de Adán y Eva.
Así, la dispersión aseguraba que, dentro de un corto tiempo, ciertas diferencias fijas, permanentes3, se volviesen visibles en algunos de los grupos pequeños, que después llamaríamos «razas»4 separadas.
En el libro de los Romanos se nos dice que todos los
hombres nacen iguales: «...por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios...» (Romanos 3:23), pero la muerte y resurrección de Jesucristo
nos dio la posibilidad de la redención y salvación: «Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel (sin
importar a qué tribu o «raza» pertenezca) que en él cree, no se pierda, más
tenga vida eterna» (Juan 3:16). Entre los creyentes: «Ya no hay judío ni
griego; no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).
Paula Weston