martes, 31 de diciembre de 2019

La Resurrección en la predicación de los apóstoles



 «San Pablo predicando en Atenas» (1515), obra de Rafael Sanzio (1483-1520). 
Royal Collection of the United Kingdom. 


A los atenienses, que creían en la «inmortalidad del alma», Pablo de Tarso les predica en el Aerópago la «resurrección de los muertos».

Desde el día de Pentecostés, la resurrección se torna en el centro de la predicación apostólica porque, según los discípulos de Jesús, se revela en la resurrección el objeto fundamental de la fe cristiana (Hechos 2:22-32) Se trata del testimonio que los apóstoles tributan a hechos que aseguran haber visto: que Jesús fue crucificado y murió; pero Dios lo resucitó. En correspondencia con lo anterior anuncian que, al igual que sucedió con Jesús de Nazaret, la vida de los hombres no termina con la muerte. Tal es la predicación de Simón Pedro a los judíos (Hechos 3:1-15) y el testimonio de Simón Pedro y de Juan el Apóstol ante el Gran Sanedrín (Hechos 4:1-13) Así también es la enseñanza de Pablo de Tarsoa los judíos (Hechos 13:23-33, Hechos 17:1-3) y su confesión delante de sus jueces (Hechos 23:6) La predicación de Pablo a los atenienses también se centra en la resurrección, aunque por ello sufra el rechazo por parte de la mayoría de los griegos (Hechos 17:22-34) Para los apóstoles, todas estas predicaciones no son otra cosa que el contenido de la experiencia pascual de Jesús de Nazaret, que sucedió de conformidad con lo previsto por las Escrituras (1 Corintios 15:3-10)

El tema de la resurrección en la tradición judía

En la época de Jesús de Nazarteth, los judíos creían en buena medida en la futura resurrección de los muertos al final de los tiempos, aunque se diferenciaban actitudes variadas y era tema de debate (Mateo 22:23-33). En efecto, tanto los fariseos como los esenios sostenían su firme apoyo a la otra vida, mientras que los saduceos la negaban. 

Merced a la reciente publicación de fragmentos de los rollos disponibles de la década de 1950, está claro que la esperanza y la creencia por parte de los esenios en una vida después de la muerte y en la resurrección están explícitas en algunos manuscritos del Mar Muerto encontrados en las cuevas de Qumrán El Nuevo Testamento y el historiador judío Flavio Josefo amplían el número de alusiones a la resurrección considerablemente. A los manuscritos de la época, se puede añadir otro tipo de pruebas, como la epigrafía. Existen numerosos epitafios en tumbas judías de la época que evidencian la creencia ya asentada en la resurrección de los muertos. 

Como derivó desde fuentes judáicas, hay que señalar que el Judaísmo también tiene como principio de fe la Resurrección de los muertos. Una famosa autoridad Judía, Maimónides, indicó trece principios de la fe judía, y la Resurrección es uno de ellos, impreso en el libro de oraciones rabínicas hasta ahora. Es el principio décimo tercero y señala: Creo con fe sincera que los muertos resucitarán, cuando Dios (sea bendito), lo desee. Sea el Nombre (de Dios) bendito, y Su recuerdo se eleve por los siglos de los siglos".

La resurrección y los mitos: Opiniones en los siglos XIX y XX.

Quienes rechazaron o rechazan que Jesús sea un personaje histórico, niegan asimismo la resurrección. Charles Francois Dipuis1742–1809), quien se opuso por completo a la historicidad de Jesús, sostuvo que las escrituras judías y cristianas se pueden interpretar de acuerdo con el «patrón de la energía solar»: la caída del hombre en el Génesis sería una alegoría de las dificultades causadas por el invierno, y la resurrección de Jesús representaría el crecimiento de la fuerza del sol en el signo de Aries en el equinoccio de primavera.

James George Frazer, autor de "Golden Bough".
El tema de «los dioses que mueren y resucitan» se suele asociar con el análisis de James George Frazer, en su obra « La Rama dorada» («Golden Bough: A Study in Magic and Religion», publicado por primera vez en 1890). El libro gira en torno a la idea de que, en el núcleo de las religiones, existe un mito –ritual promulgado– de un dios real que encarna el poder de la fertilidad, que muere al año y –a continuación– resucita como el grano para reinar de nuevo. Si bien este sistema de «mito-ritual» estaría representado particularmente por dioses como Atis, Adonis y Osiris, Frazer consideró que es general a todas las religiones y, aunque no hizo referencia directa a los relatos de la muerte y resurrección de Jesús, fue tomado como antecedente por todos aquéllos que lo consideraron un mito. Casi nadie pone en tela de juicio que los cultos naturistas del Antiguo Oriente asignaban una posición de importancia al mito de un dios muerto y resucitado, que parecía no ser otra cosa que una traducción dramática de la experiencia que viven los hombres: la del resurgir de la vida en primavera, después del tono melancólico del otoño, y de la angustia del invierno. Osiris en Egipto, Tammuz en la Mesopotamia asiática, Baalen Canaán, eran dioses de este género. El debate se centra en el presunto influjo o no de los mitos antiguos sobre los documentos neotestamentarios referidos a Jesús resucitado. 

Mientras que, como se verá a continuación, algunos ateos, agnósticos o creyentes en otras religiones sugieren la influencias de los mitos antiguos en los relatos de Jesús resucitado, los cristianos en general sostienen la ausencia de cualquier proyección de los relatos mitológicos sobre la resurrección de Jesús a la que reconocen, no sólo como hecho real, sino como hecho central de la historia de la Humanidad: el retorno de toda la creación a Dios, por medio de Jesucristo.

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